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.Datos posteriores le indicaban a la nueva celda en qué convertirse; cada pulso, o ausencia de pulso, la transformaba en un estado de transición más especializado, acercándola al estado final requerido.Los cables de construcción salían del ordenador madre usando ese principio, extendiéndose por el método de construir más de sí mismos en las puntas.Habiendo llenado toda la región que ocuparían las máquinas hijas, se ponían a trabajar hacia atrás, retrocediendo un paso cada vez; desenredando el capullo zigzagueante, y dejando detrás lo que el plano requiriese.Todo el proceso parecía grotescamente ineficaz —se empleaba mucho más tiempo en extender y recoger los cables que en crear las celdas de la máquina hija— pero hacía que las reglas del autómata fuesen lo más simples posible.—Todo parece ir bien.¿Seguimos? —dijo Durham.—Claro —Maria se había quedado hipnotizada; había olvidado sus prisas, se había olvidado de sí—.Dale a la manivela —a cualquier velocidad en la que pudiesen seguir las acciones de procesadores individuales, y más aún celdas individuales, nunca sucedería nada útil.Durham dejó que la velocidad del reloj volviese al máximo posible y la rejilla se desdibujó.En contraste, la siguiente fase sería dolorosamente lenta.Durham preparó café y bocadillos.Las necesidades de ejecutar una Copia sobre un sistema de ordenadores ya de por sí simulados producían una ralentización de unos doscientos cincuenta.Más de cuatro minutos reales por cada segundo subjetivo.No había posibilidad de comunicación en dos sentidos —el universo TVC era hermético, ningún dato que no hubiese estado presente desde el principio podía afectarlo pero podían espiar lo que sucedía.Cada hora, podrían presenciar otros catorce segundos de lo que la Copia de Durham había hecho.Maria examinó otros niveles, empezando con el software que se ejecutaba directamente sobre la rejilla TVC.El «lenguaje máquina» de los ordenadores TVC era tan arcano y ridículo como el de cualquier hipotética máquina de Turing, tuviese seis dimensiones o no, pero había sido lo suficientemente simple para permitir a un meta programador escribir —y validar rigurosamente— un programa que les permitía simular los ordenadores convencionales modernos.Por tanto los clusters de procesadores en Tokio, o Dallas o Seúl estaban simulando un autómata celular que contenía una capa de extraños ordenadores inmateriales.que a su vez simulaban la lógica (aunque no la física) de los clusters de procesadores.De ahí hacia arriba, todo sucedía exactamente de la misma forma que en una máquina real.sólo que mucho más despacio.Maria mascó ruidosamente queso y lechuga entre rebanadas de pan.Era martes por la tarde; la mayoría de los pisos estaba en silencio, y la calle estaba sin vida.Los bloques de oficinas cercanos no tenían inquilinos, sólo algunos okupas furtivos; donde el sol penetraba en el ángulo correcto en el edificio más cercano, Maria podía ver ropas tendidas para secarse sobre líneas colgadas entre particiones de oficina.Durham puso música, una ópera del siglo XX llamada Einstein en la playa.No poseía un sistema de sonido, pero invocó un programa de la librería que había comprado para el jardín del Edén, e hizo que la tarea se ejecutase en background para alimentar los altavoces del terminal.Maria preguntó:—¿Qué harás cuando acabe esto?Durham contestó sin vacilar.—Terminar todos los cincuenta experimentos.Empezar el Planeta Lambert.Celebrarlo durante una semana.Recorrer la calle principal de Ciudad Permutación.Esperar a que se desconecte un pequeño mecanismo de bloqueo.Despertar a mis pasajeros en sus pequeños mundos privados.y esperar que alguno de ellos esté dispuesto a hablar conmigo, de vez en cuando.Empezar a leer a Dostoyevski.En el original.—Claro, muy gracioso.Me refería a ti, no a él.—Me gusta pensar que somos indistinguibles.—En serio.Él se encogió de hombros.—¿Qué harás tú?Maria dejó el plato vacío y se estiró:—Oh.dormir hasta el mediodía, durante una semana.Quedarme tendida en la cama preguntándome cómo voy a darle a mi madre la noticia de que ahora puede permitirse ser escaneada.sin que parezca que le estoy diciendo lo que debe hacer.—No va a tener esa idea.Maria se limitó a decir:—Se está muriendo.Y puede salvarse, sin hacerle daño a nadie.Sin robar comida de las bocas de las generaciones futuras, o lo que sea que ella cree que convierte el ser escaneada en un crimen.¿Realmente crees que ella, en el fondo, no quiere seguir viva? ¿O no querría, si pudiese pensar con claridad, sin toda esa culpabilidad y mierda moral con la que la cargó su generación?—No la conozco, no puedo responder.Durham no se ponía de lado de nadie.—Es hija de los años noventa
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