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.para curar a mi madre.—Necesitas una página de él, que te puedes quedar.El resto es mío.Y a cambio, cuando me traigas el libro, prepararé el antídoto para ti y se lo administraré a Jocelyn.No me digas que no es un trato justo.—Extendió una mano—.¿Cerramos el trato?Tras un momento de vacilación Clry le estrechó la mano.—Espero no tener que lamentarlo.—Eso espero —dijo Magnus, volviéndose alegremente hacia la puerta principal; en las paredes, las letras de fuego se desvanecían ya—.El arrepentimiento es una emoción carente de sentido, ¿no te parece?El sol en el exterior parecía especialmente brillante tras la oscuridad de la casita.Clary se quedó pestañeando mientras el paisaje se iba aclarando ante sus ojos: las montañas a lo lejos, Caminante masticando hierba con satisfacción y Sebastian inmóvil como una estatua de jardín, con una mano todavía extendida.Se volvió hacia Magnus.—¿Podrías descongelarlo, por favor?Magnus pareció divertido.—Me he sorprendido al recibir el mensaje de Sebastian esta mañana —dijo—, diciendo que te estaba haciendo un favor, nada menos.¿Cómo lo conociste?—Es primo de uno amigos de los Lightwood o algo así.Es agradable, te lo prometo.—Agradable, ¡bah! Es divino.—Magnus miró con los ojos soñadores en su dirección—.Deberías dejarlo aquí.Podría colgar sombreros en él y otras cosas.—No; no puedes quedártelo.—¿Por qué no? ¿Te gusta? —Los ojos de Magnus centellearon—.Parece que le gustas.Le vi yendo a por tu mano ahí fuera igual que una ardilla lanzándose sobre un cacahuete.—¿Por qué no hablamos sobre tu vida amorosa? —contraatacó Clary—.¿Qué hay de ti y Alec?—Alec se niega a admitir que tenemos una relación, y por lo tanto yo me niego a hacerle caso.Me envió un mensaje de fuego pidiéndome un favor el otro día.Iba dirigido al «Brujo Bane», como si yo fuese un perfecto desconocido.Sigue colgado de Jace, aunque esa relación nunca irá a ninguna parte.Un problema sobre el que imagino que tú no sabes nada.—Vamos, cállate.—Clary observó a Magnus con desagrado—.Oye, si no descongelas a Sebastian, no podré irme de aquí y jamás conseguirás el Libro de los Blanco.—De acuerdo, de acuerdo.Pero ¿puedo pedirte algo? No le cuentes nada de lo que te acabo de explicar, sea amigo de los Lightwood o no.—Magnus chasqueó los dedos malhumorado.El rostro de Sebastian cobró vida, igual que una cinta de video poniéndose de nuevo en marcha después de haber estado en pausa.—.ayudarnos —dijo—.Esto no es un problema menor.Es cuestión de vida o muerte.—Vosotros los nefilim pensáis que todos vuestros problemas son cuestiones de vida o muerte —replicó Magnus—.Ahora marchaos.Habéis empezado a aburrirme.—Pero.—Marchaos —dijo Magnus, adoptando un tono de voz peligroso.Chispas azules centellearon en la punta de sus largos dedos, y de improviso apareció un olor repugnante en el aire, como a quemado.Los ojos felinos de Magnus refulgieron.Incluso a pesar de que sabía que era todo un número, Clary no pudo evitar retroceder.—Creo que deberíamos irnos, Sebastian —dijo.El muchacho entrecerró los ojos.—Pero, Clary.—Nos vamos —insistió ella, y, agarrándole del brazo, medio lo arrastró en dirección a Caminante.Sebastian la siguió de mala gana, refunfuñando entre dientes.Con un suspiro de alivio, Clary echó una ojeada atrás por encima del hombro.Magnus estaba de pie en la entrada de la casita, con los brazos cruzados sobre el pecho.Trabando la mirada con ella, le sonrió y dejó caer un párpado en un solitario y centelleante guiño.—Lo lamento, Clary.Sebastian tenía una mano sobre el hombro de ella y la otra en su cintura mientras la ayudaba a montar en el amplio lomo de Caminante.Clary reprimió una vocecita dentro de su cabeza que le advertía de que no volviese a subir al caballo —a ningún caballo—y le permitió que la alzara.Pasó una pierna por encima y se acomodó en la silla, diciéndose que se mantenía en equilibrio sobre un enorme sofá en movimiento y no sobre una criatura viva que podría volver la cabeza y morderla en cualquier momento.—¿Qué es lo que lamentas? —le preguntó mientras él montaba detrás de ella.Resultaba casi irritante la facilidad con que montaba —como si danzara—, pero era reconfortante contemplarlo.Estaba claro que sabía lo que hacía, se dijo mientras él alargaba los brazos por delante de ella para tomar las riendas.Supuso que era bueno que uno de ellos lo supiese.—Lo de Ragnor Fell.No esperaba que se mostrase tan reacio a ayudar.Aunque los brujos son caprichosos.Tú ya has conocido a uno, ¿verdad?—Conocí a Magnus Bane.Se volvió un momento para mirar más allá de Sebastian, hacia la casita que se perdía en la distancia detrás de ellos.El humo brotaba de la chimenea en forma de pequeñas figuras danzantes.¿Magnuses danzantes? No pudo saberlo desde allí.—Es el Gran Brujo de Brooklyn.—¿Es muy parecido a Fell?—Increíblemente similar.No te preocupes por Fell.Sabía que existía una posibilidad de que se negase a ayudarnos.—Pero te prometí ayuda.—Sebastian parecía genuinamente disgustado—.Bueno, al menos hay algo más que puedo mostrarte, así el día no habrá sido una completa pérdida de tiempo.—¿Qué es?Volvió a retorcerse para alzar la mirada hacia él.El sol estaba alto en el cielo detrás del muchacho, y encendía los mechones de sus oscuros cabellos con un contorno de fuego.—Ya lo verás —respondió Sebastian con una amplia sonrisa.A medida que se alejaban más de Alacante, muros de verde follaje aparecían fugazmente en ambos lados, dejando paso de vez en cuando a panoramas de una belleza inverosímil: lagos de un azul escarcha, valles verdes, montañas grises, plateadas esquirlas de ríos y riachuelos flanqueados por orillas cubiertas de flores.Clary se preguntó cómo sería vivir en un lugar como aquél.No podía evitar sentirse nerviosa, casi desprotegida sin el abrigo de edificios altos cercándola.Aunque no es que no hubiese ningún edificio.De vez en cuando el tejado de un gran edificio de piedra se alzaba ante la vista por encima de los árboles.Eran las casas solariegas, explicó Sebastian (gritándole al oído): las casas de campo de las familias adineradas de cazadores de sombras.A Clary le recordaban las antiguas mansiones enormes situadas a lo largo del río Hudson, al norte de Manhattan donde los neoyorquinos ricos habían veraneado hacía cientos de años.La carretera a sus pies había pasado de grava a tierra.Clary fue sacada violentamente de su ensoñación cuando coronaron una colina y Sebastian detuvo en seco a Caminante.—Aquí está —dijo.Clary abrió los ojos de par en par.Lo que «estaba» era una derrumbada casa de piedra carbonizada y ennegrecida, reconocible sólo por el contorno como algo que en una ocasión había sido una casa: conservaba la estructura de una chimenea, que todavía señalaba hacia el cielo, y un pedazo de pared con una ventana sin cristal abierta en el centro
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