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.Una falta tras otra.Bolas de trayectoria curva cayendo desde todas direcciones.Una vez encauzada la conversación por derroteros más agradables, las mujeres asumieron el mando dela situación.El béisbol se dejó de lado y empezaron a hablar del almuerzo, la comida, lo que sepondrían las mujeres metodistas y cosas por el estilo.La cena tocó tranquilamente a su fin y salimos alporche.Había decidido escribirle una carta a Ricky y contarle lo de Libby Latcher.Tenía la certeza de queninguno de los adultos lo haría; estaban demasiado ocupados en guardar el secreto.Pero Ricky debíasaber de qué lo acusaba Libby.Y debía responder de la manera que fuera.Si se enteraba de lo queestaba ocurriendo, quizá consiguiese que lo enviaran a casa para aclarar la situación.Y cuanto antes,104John Grisham LA GRANJAmejor.Los Latcher estaban actuando con discreción, no le habían dicho nada a nadie, que nosotrossupiéramos, pero en Black Oak era muy difícil guardar un secreto.Antes de que partiese hacia Corea, Ricky nos había contado la historia de un amigo suyo, un chico deTejas a quien había conocido en un campamento de entrenamiento de reclutas.El chico sólo teníadieciocho años, pero ya estaba casado y su mujer esperaba un niño.El Ejército lo envió a Californiapara que desempeñara durante unos cuantos meses un trabajo de carácter burocrático y evitar así quele pegaran un tiro.Se trataba de un caso de especial necesidad, y el tío regresaría a Tejas antes de quesu mujer diera a luz.Ahora Ricky se encontraba en una situación de necesidad, pero no lo sabía.Yo seria quien se lo dijera.Pedí permiso para retirarme del porche alegando que estaba cansado y me fui a la habitación de Ricky,donde guardaba mi equipo de escritura.Me lo llevé a la cocina donde la iluminación era muchomejor y empecé a escribir muy despacio en letra de imprenta de gran tamaño.Hice unos breves comentarios sobre el béisbol y la carrera por el titulo, pasé al tema de la feriaambulante y de Sansón, y añadí un par de frases acerca de los tornados de principios de semana.Notenía tiempo ni ganas de hablar de Hank, así que decidí ir al grano.Le dije que Libby Latcher habíatenido un bebé, aunque no confesé que yo me encontraba cerca de allí en el momento de nacer éste.Mi madre entró en mi habitación procedente del porche y me preguntó qué estaba haciendo. Escribiendo una carta a Ricky. Qué bien dijo.Pero tienes que irte a la cama. Sí, señora.Había escrito una página entera y estaba muy orgulloso de mí.Al día siguiente escribiría otra.Ydespués, tal vez una tercera.Estaba firmemente decidido a que fuera la carta más larga que Rickyhubiera recibido hasta la fecha.Estaba acercándome al final de una larga hilera de algodón cercana a los matorrales que bordeaban elarroyo Siler cuando oí unas voces.Los tallos eran lo bastante altos para ocultarme detrás de ellos.Tenía el saco medio lleno y soñaba con pasar la tarde en la ciudad, con la película del Dixie, con unaCoca Cola y una bolsita de palomitas de maíz.Los rayos del sol caían casi perpendiculares; debía defaltar muy poco para el mediodía.Mi intención era cumplir mi turno, regresar al remolque luego detrabajar de firme y terminar la jornada con gesto triunfal.Cuando oí que alguien hablaba, hinqué una rodilla y después me senté muy despacio en el suelo sinhacer ruido.Durante un buen rato, no oí nada más, y cuando ya empezaba a pensar que quizá mehubiese equivocado, la voz de una chica llegó hasta mí.Se encontraba hacia mi derecha, pero yoignoraba a qué distancia.Me puse lentamente en pie y atisbé entre el algodón, pero no vi nada.Volví a agacharme y empecé aarrastrarme hacia el final de la hilera, dejando momentáneamente abandonado el saco.Avancé arastras y me detuve, avancé a rastras y me detuve hasta que volví a oír su voz.Se encontraba variashileras más allá, según me pareció.Permanecí inmóvil unos cuantos minutos hasta que oí su risa suavey amortiguada por el algodón.Se trataba de Tally
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