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."He aquí cifras muy exactas."Veinticinco galones de agua descompuesta en sus elementos constitutivos, dan 200 libras de oxígeno y 25 de hidrógeno.Esto representa en la presión atmosférica, mil ochocientos noventa pies cúbicos del primero y tres mil setecientos ochenta del segundo; en total cinco mil seiscientos setenta pies cúbicos de mezcla."La espita del soplete, enteramente abierta, consume veintisiete pies cúbicos por hora, con una llama por lo menos diez veces más potente que la de las farolas de alumbrado.Por término medio, pues, para mantenerme a una altura poco considerable, no quemaré más de nueve pies cúbicos por hora, por lo que mis veinticinco galones de agua representan seiscientas treinta horas de navegación aérea, es decir, algo más de veintiséis días."Y como puedo bajar a mi arbitrio, y renovar por el camino la provisión de agua, mi viaje puede prolongarse indefinidamente."He aquí mi secreto, señores.Es sencillo, y, como todas las cosas sencillas, no puede dejar de tener éxito.La dilatación y la contracción del gas del aeróstato, tal es mi medio, que no exige ni alas embarazosas ni motor mecánico.Un calorífero para producir las variaciones de temperatura y un soplete para calentarlo; eso no es incómodo ni pesado."Creo, pues, haber reunido todas las condiciones para el éxito.Así terminó su discurso el doctor Fergusson, y fue cordialmente aplaudido.No había objeción alguna que hacer; todo estaba previsto y resuelto.—Sin embargo —dijo el comandante—, puede ser peligroso.—¿Qué importa —respondió sencillamente el doctor—, si es practicable?CAPITULO XIUn viento constantemente favorable había acelerado la marcha del Resolute hacia el lugar de su destino.La navegación del canal de Mozambique fue particularmente apacible.La travesía marítima era un buen presagio de la aérea.Todos deseaban llegar pronto y ayudar al doctor Fergusson en sus últimos preparativos.El buque avistó por fin la ciudad de Zanzíbar, situada en la isla del mismo nombre, y el 15 de abril, a las once de la mañana, ancló en el puerto.La isla de Zanzíbar pertenece al imán de Mascate, aliado de Francia y de Inglaterra, y es indudablemente la más bella de sus colonias.El puerto recibe muchos buques de los países vecinos.La isla está separada de la costa africana por un canal, cuya anchura mayor no pasa de treinta millas.Existe un gran comercio de caucho, marfil y, sobre todo, ébano, porque Zanzíbar es el gran mercado de esclavos.Allí se concentra todo el botín conquistado en las batallas que los jefes del interior libran incesantemente.El tráfico se extiende por toda la costa oriental, e incluso en las latitudes del Nilo, y G.Lejean ha visto allí tratar abiertamente bajo pabellón francés.Apenas llegó el Resolute, el cónsul inglés de Zanzíbar subió a bordo y se puso a disposición del doctor, de cuyos proyectos le habían tenido al corriente desde hacía un mes los periódicos de Europa.Pero hasta entonces había formado parte de la numerosa falange de los incrédulos.—Dudaba —dijo, tendiéndole la mano a Samuel Fergusson—, pero ahora ya no dudo.Ofreció su propia casa al doctor, a Dick Kennedy y, naturalmente, al bravo Joe.Por el cónsul tuvo el doctor conocimiento de varias cartas que había recibido del capitán Speke.El capitán y sus compañeros habían tenido que pasar mucha hambre y muchos contratiempos antes de llegar al país de Ugogo.No avanzaban sino con una gran dificultad y no pensaban poder dar noticias inmediatas de su situación y paradero.—He aquí peligros y privaciones que nosotros podremos evitar —dijo el doctor.El equipaje de los tres viajeros fue trasladado a la casa del cónsul.Se disponían a desembarcar el globo en la playa de Zanzíbar, pues cerca del asta de las banderas de señalización había un sitio favorable, junto a una enorme construcción que lo hubiera puesto a cubierto de los vientos del este.Aquella gran torre, semejante a un tonel inmenso junto al cual la cuba de Heidelberg habría parecido un insignificante barril, servía de fuerte, y en su plataforma vigilaban unos beluchíes, armados con lanzas, especie de soldados haraganes y vocingleros.Sin embargo, durante el desembarco del aeróstato, el cónsul recibió aviso de que la población de la isla se opondría a ello por la fuerza.No hay nada tan ciego como el apasionamiento fanático.La noticia de la llegada de un cristiano que iba a elevarse por los aires fue recibida con indignación, y los negros, más conmocionados que los árabes, vieron en este proyecto intenciones hostiles a su religión, figurándose que se dirigía contra el Sol y la Luna, que son objeto de veneración para las tribus africanas.Así pues, resolvieron oponerse a expedición tan sacrílega.El cónsul conferenció acerca del particular con el doctor Fergusson y el comandante Pennet.Éste no quería retroceder ante las amenazas; pero su amigo le hizo entrar en razón.—Ya sé —le dijo— que acabaremos metiéndonos a esa gente en el bolsillo, y en caso necesario los propios soldados del imán nos prestarán auxilio; pero, mi querido comandante, un accidente sobreviene en el momento menos pensado, y bastaría un golpe cualquiera para causar al globo una avería irreparable que comprometiera el viaje irremisiblemente.Es, pues, preciso, que andemos con pies de plomo.—¿Qué haremos, pues? Si desembarcamos en la costa de África, tropezaremos con las mismas dificultades
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