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.Ya era hora, pensó, derrumbándose hacia delante, con la esperanza de que su finalfuera rápido y misericordioso.Pero al caer se dio con el canto de la mesa, y el canto lereventó el ojo derecho igual que si fuera una uva demasiado madura.Un chasquidoparecido al que harían unas ramas secas al partirse le anunció que ahora tenía unhermoso muestrario de huesos rotos en la mano que había alargado instintivamente para detener su caída.Una sensación de calor le indicó que todos sus esfínteres habíanfracasado en sus funciones y, cuando su rostro se enterró en la sucia alfombra, sintiócómo su nariz era aplastada hasta quedar al mismo nivel que sus pómulos, mientrastodos sus dientes delanteros se hacían pedazos debido al impacto con algún objeto muyduro y resistente que les aguardaba a ras del suelo.Eso me enseñará a no dejar los libros de Stephen King tirados por cualquier parte,pensó filosoficamente.Hizo un frenético inteiitu por rodar sobre sí mismo hasta quedar deespaldas y ver lo que se le venía encima: la tensión resultó excesiva, y la mitad de susdebilitadas costillas se salieron de su sitio como los dientes de una cremallera defectuosa.Abrumada por la carga de los libros de horror que sostenía y desequilibrada por lacolisión que acababa de sufrir, la pesada mesa se derrumbó sobre él, rompiéndole elcuello y causándole un pequeño morado en el antebrazo izquierdo.Su estómago sesacudió espasmódicamente y Follicle, sin un solo ruido, empezó a asfixiarse en la cálida yacre marea de su propio vómito.Además, tenía la impresión de que se había dislocado larodilla.Algo caliente y viscoso se arrastró lúbricamente sobre él justo en el límite del campovisual del ojo que le quedaba.El reguero de ácido que iba dejando consumió la ropa y lacarne igual que uno de los hierros al rojo que usaba la Inquisición Española, pasando porsu muslo y sobre su encogida ingle.Uno de los testículos quedó suelto y salió disparadopara rodar lentamente por el suelo, igual que un caramelo recién escupido y todavíareluciente de saliva.Y, justo cuando Follicle había llegado a la conclusión de que el dolorya no podía empeorar, y que ahora jamás tendría ocasión de reventarse aquel grano tansoberbiamente maduro que tenía junto a lo que solía ser su nariz., entonces la cosa quese arrastraba llegó a su estómago.La nada y el olvido se carcajearon junto a la aturdida consciencia de Follicle mientras élintentaba expresar con palabras el nuevo horror que recorrió sus nervios con toda laagonía de un cortador industrial láser infrarrojo capaz de vaporizar placas de acero almolibdeno de treinta centímetros de grosor.Algo se estaba soltando dentro de suabdomen, liberándose torpemente igual que los sellos de correos que (tal y como handemostrado los científicos) siempre se rompen siguiendo cualquier línea arbitraria salvo laindicada por las perforaciones.Mierda.Dar a luz debe ser algo parecido.Y: Oh.¿por quéno podía ser una de esas agradables y tranquilas historias de H.P.Lovecrafi con sólo unafrase de puro terror antes de que te vuelvas loco? Caramba, ni que al autor le estuvieranpagando a tanto la palabra.Algo, algo que seguía sin ser capaz de ver pues ahora su ojo bueno estaba invadidopor las sombras (por no mencionar la sangre a medio coagular y el trozo de zanahoriaque, con repentino terror, reconoció como parte de la que se había comido la nocheanterior)., algo avanzaba lenta y dificultosamente por el suelo.Ahora hacía el doble deruido que antes.Y Follicle, aunque sus maltrechos sentidos ya no podían sentir gran cosa,tuvo la sensación de que su cuerpo estaba.hueco.Entonces oyó un sonido más familiar.Un resoplido que le alegró el corazón y unencantador y travieso gruñido.¡Dios mío, me había olvidado de Barker! Pobre chucho., ¿se lo cargará también paraarrancarles una lagrimita final a los lectores? O., no, claro que no, el perro fiel venga a suamo agonizante, sí, me gusta, me gusta [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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