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.El anciano sabio escuchó atentamente el relato y luego le dio suopinión.Sin embargo, primero le hizo una pregunta.-¿Cómo se llamaba el alquimista fallecido cuya amante os ven-dió la casa?-Malik -contestó el agitado mercader-.Malik-al-Raschid.Abraham abrió desmesuradamente los ojos, al tiempo que aho-gaba una excíamacion.-¿El hermano de Sinan-al-Raschid, el Gran Maestro de laHashashij~n? ¿Estáis seguro?El comerciante juró que ése era el nombre del anterior propie-tario.-¿Le conocíais? -preguntó, nerviosamente.-Sí -respondió Abraham-.Era la encarnación del mal, unalquimista que también actuó como espía de Sinan-al-Raschid, unode los muchos que tenía en Jerusalén.Creo que él mismo formabaparte de la secta de los Asesinos y creo además que sacrificaba cria-turas virgenes a Moloc y a Belcebú.El mercader quedó aterrado.El consejo de Abraham fue quequemara la casa y echara las paredes abajo; que cavara el sótano y,finalmente, que el Patriarca realizara un exorcismo en gran escalasobre el lugar.El nuevo propietario, un alma candorosa que había ayudado amuchas personas en apuros, estaba desolado.Había invertido unagruesa suma de dinero en la casa y ahora parecía condenado a per-derla.Abraham se compadeció de él.210 211-Jamás podréis vivir en ella, pero al menos puedo lograr que seaun lugar más seguro., para usarlo como establo, quizá.De esa mane-ra no lo perdereis todo.El mercader vio la sensatez de las palabras de Abraham y gusto-samente le ofreció dinero.-Si aceptara algún pago por lo que debo hacer, fracasaría -ledijo el mago-.Lo que yo haré, lo hago por el bien que habéis hecho.-¡Pero si apenas me conocéis! -exclamó el asombrado mer-cader.-Conozco una sola cosa sobre vos.Sois un buen hombre, conmucha compasión, y por eso os respeto.Fue la misericordia subya-111cente en la historia de Jesús lo qúe os llevó a la fe de Cristo, y no laconveniencia mercantil.-Eso es cierto -repuso el comerciante-.Pero de alguna mane-ra debo compensaros.-¡Dad generosamente a los pobres! -fueron las palabras fina-les de Abraham sobre el asunto.El anciano sabio sabia que estaba frente a una manifestación deBelcebú, el Señor de las Moscas, uno de los príncipes del Infierno queel alquimista Asesino había conjurado.Abraham necesitaba la ayudade las energías de Simon.-Recuerda -advirtió a su discipulo-: ¡haz exactamente lo quete diga, no importa lo que veas u oigas!-Comprendo -dijo Simon, con el corazón latiendo acelerada-mente de emoción.Abraham le dio instrucciones precisas.-Debes estar desarmado.La cota de malla no te servirá paranada.Ponte una túnica limpia de hilo, que yo te daré, y previamen-te lávate todo el cuerpo.La casa de mi amigo Lamech se encuentraal otro lado de la plaza.El te dejará usar su mikphah; es una peque-ña piscina para baños rituales.Lamech también es judío: un hábilorfebre, cuya obra es muy apreciada por Raimundo III de Trípoli-Por lo tanto, como yo, tiene permiso para vivir en Jerusalén., nues-tra Ciudad Santa.Quince minutos más tarde, Simon, ahora vestido con la rúnica blan-ca de hilo de Abraham, volvió a la casa endiablada.Abraham le estabaesperando, con un espejo de metal en la mano, que le dio a Simon.-Si aparece algún demonio, mira solamente al espejo -le dijo,como si estuviese dando a su discípulo las instrucciones para tomaruna pócima-.¿Vas desarmado? -inquirió despues.-¡Completamente! -respondió Simon-.Me siento medio des-nudo.Abraham se sonrío.-Lo estás, Simon, salvo por tu fe.¡En avant, mon brave!Sin que ninguno de los dos advirtiera su presencia, Belami pre-senció sus actos desde las sombras de una casa vecina.Le preocupóver a Simon desarmado y sin la protección de la cota de malla.Cuando los dos abrieron la verja del jardín, que se encontrabaen la alta tapia que rodeaba la casa encantada, él se acercó algo más.Belami tenía plena confianza en el mago, pero aquella extraña aven-tura le tenía inquieto.Sus linos oídos habían percibido algunas frasesde la conversación que habían mantenido fuera de aquella casa mis-teriosa.Lo que oyó no le había gustado.Cuando la puerta se cerrótras ellos, Belami esperó un minuto y luego trepó por una gruesa parraque cubría el muro exterior.Al llegar a lo alto, dio una ojeada al patiointerior.La casa estaba en silencio.Ambos amigos, maestro y discí-pulo, se acercaron a ella.Para entonces ya era tarde y el sol estaba apunto de ocultarse detrás de las murallas de la ciudad.Las sombrasse alargaban rápidamente.Belami vio que Simon se santiguaba, y Abraham hacia ciertos sig-nos cabalísticos en el aire mientras se encontraba de pie ante la puer-ta de la casa.Inmediatamente, con una corriente de aire, la pesada puerta seabrio de par en par y un horrible hedor pareció llenar el patio, hastallegar incluso a la nariz de Belami, que se encontraba encogido en loalto de la tapia.Sin poder resistirlo, empezó a vomitar.Abraham no vaciló ni un segundo y entró, sosteniendo una extra-ña varita coronada con una estrella ante él, como una espada a pun-to de descargar un golpe.Simon le seguía de cerca.Abraham ento-naba unas plegarias a media voz en una lengua antigua.Inmediatamente, el infierno se desbocó dentro de la casa.Tremendos golpes resonaron en las paredes interiores; un horrendogemido llenó el patio en tanto que un remolmo de aire hediondo reco-rría el jardín cerrado.Belami tuvo que aferrarse a la parra como si212 213112estuviese en la escala de una nave azotada por el temporal.El hedora putrefacción se tomó tan insoportable como el de una tumba reciénabierta.El veterano rezaba con fervor, persignándose sin cesar.De pronto, el extraño y fétido vendaval cesó, como si una puer-ta hubiese interrumpido su paso.Una brillante luz verde resplan-deció a través de las ventanas del endemoniado lugar y luego seapagó bruscamente.Siguió un grito estentóreo y se oyó el estré-pito del yeso al resquebrajarse al tiempo que se desplomaba par-te del cielo raso
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