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.Vanessa también se arregla estupendamente.¿Por qué es tan difícil ser firmey amable con Nelly; conquistar su respeto y su amor? Virginia sabe exactamente cómodebería entrar en la cocina, cómo cuadrar los hombros y emplear un tono maternal yfamiliar, como el de una institutriz que habla a su querido niño.Oh, vamos a poner otracosa distinta, Nelly, el señor Woolf no está de humor hoy y me temo que las peras no seránde gran ayuda para mejorarle el ánimo.Debería ser así de sencillo.Dotará a Clarissa Dalloway de una gran maña con el servicio doméstico, de un portecomplicadamente afable y autoritario.Sus criadas la amarán.Harán más de lo que ella lespida.La señora DallowayAl entrar en el portal con las flores, Clarissa se encuentra con Sally, que sale a la calle.Durante un momento menos de un momento ve a Sally como la vería si no seconocieran.Es una mujer pálida, impaciente, de pelo canoso y facciones duras, con cincokilos menos de los que debería tener.Por un momento, al ver a esa desconocida en elportal, a Clarissa le embarga la ternura y una desaprobación imprecisa, clínica.Piensa: Estan aturullada y deliciosa.Piensa: No debería ponerse nada amarillo, ni siquiera ese tonomostaza oscuro. Eh dice Sally.Preciosas, las flores.Se besan rápidamente, en los labios.Siempreson pródigas en besos. ¿Dónde vas? pregunta Clarissa. A la parte alta.Almuerzo con Oliver St.Ivés.¿No le lo dije? No me acuerdo si te lo dije. No me lo dijiste. Perdona.¿Te importa? Ni lo más mínimo.Qué agradable comer con un astro del cine. He hecho una limpieza a fondo en casa. ¿Papel higiénico? Hay cantidad.Vuelvo dentro de un par de horas. Adiós. Las flores son preciosas dice Sally.¿Por qué nerviosa? Por comer con un actorfamoso, supongo. Es solamente Oliver.Me siento como si te abandonara. No me abandonas.No hay ningún problema. ¿Estás segura? Vete.Que lo pases bien. Adiós.Se besan de nuevo.Clarissa hablará con Sally, en el momento oportuno, para que jubile lachaqueta de color mostaza.Mientras recorre el vestíbulo, cavila sobre el placer que ha sentido ¿qué había sido?hace poco más de una hora.En ese momento, a las once y media de un día tibio de junio,el portal de su edificio parece la entrada al reino de los muertos.La urna está en su nicho ylas baldosas vidriadas y marrones del suelo devuelven en silencio, barrosa, la vetusta luzocre de los apliques.No, no es exactamente el reino de los muertos; hay algo peor que lamuerte, con su promesa de liberación y sueño.Hay polvo que se eleva, durante días sin fin,y un portal que perdura y perdura, siempre iluminado por la misma luz parda y poblado porel olor liento, ligeramente químico que obrará, hasta que sobrevenga algo más preciso,como el efluvio real de la edad y la pérdida, el final de la esperanza.A Richard, su amanteperdido, su amigo más íntimo, le está consumiendo su enfermedad, su demencia.Richardno la acompañará en la vejez, como estaba previsto.Clarissa entra en el apartamento e, inmediatamente, cosa extraña, se siente mejor.Unpoco mejor.Hay que pensar en la fiesta.Al menos le queda eso.Esta vivienda es su hogar;el de ella y Sally; y aunque lleven viviendo juntas casi quince años todavía le maravilla labelleza de su compañera y la increíble buena suerte que han tenido.¡Dos plantas y unjardín en el West Village! Son ricas, desde luego; obscenamente ricas para los parámetrosdel mundo; pero no ricachonas, no ricas de Nueva York.Disponían de una determinadasuma para gastar y tuvieron la fortuna de encontrar estos parqués de pino, estas ventanasde dos hojas que dan a un patio de ladrillo donde crece un musgo esmeralda en artesas depiedra de poca profundidad y una fuentecita circular, un surtidor de agua clara, borbotea encuanto se aprieta un interruptor.Clarissa lleva las flores a la cocina, donde Sally ha dejadouna nota («Almuerzo c.Oliver ¿Se me olvidó decírtelo? Vuelvo a las 3 lo más tarde,XXXXX»)
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