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.En mis sue�os su rostro aparece una y otra vez.Y sus ojos indómitos.Nuestro auto sacra-mental contin�a all�, el escenario est� vac�o pero no abandonado, a la espera de que los int�r-pretes vuelvan a ocupar sus sitios, y mi boca se abre para declamar un parlamento que cre�atotalmente olvidado.�Un baile m�s.Siempre fuiste mi preferida�, dice mientras giro y me retuerzo en el catreestrecho.Despierto ba�ada en sudor, convencida de que Fleur est� muerta.Despu�s de compro-barlo infinitas veces no me atrevo a darle la espalda, por lo que permanezco atenta al suavesusurro de su respiración.El dormitorio est� poblado de murmullos de desasosiego.Mi man-d�bula es como una tenaza que aferra mi miedo.Si la suelto mi grito durar� toda la eternidad.51 JOANNE HARRIS La Abad�a de los AcróbatasCAP�TULO 1218 de julio de 1610Alfonsine fue la primera en avistarlos.Eran casi las doce y tuvieron que esperar la marea.La nuestra no es una isla propiamente dicha; durante la marea baja queda al descubierto uncamino ancho que conduce a tierra firme y que ha sido primorosamente adoquinado parapermitir el cruce seguro de los baj�os de arena.Al menos parece seguro, pero la superficieblanda sufre el embate de corrientes lo bastante intensas como para arrancar los adoquines,pese a que est�n encajados en cuatro pies de mortero.A ambos lados de la senda hay arenasmovedizas.Cuando entra, la marea cubre los baj�os a gran velocidad, anega el sendero y selleva cuanto encuentra a su paso.Se internaron con lenta e implacable dignidad por las arenas, su progreso se reflejó en losbaj�os y las figuras lejanas quedaron distorsionadas por la columna ascendente de aire c�lidoque la senda despidió.Supo en el acto qui�nes eran.El carruaje cojeó por la calzada irregular y los cascos de loscaballos intentaron aferrarse a los adoquines verdes.Lo preced�a un par de escoltas de libreay cerraba la comitiva un hombre a pie.Hab�a pasado la ma�ana en solitario, en la otra punta de la isla.Despert� temprano, perocansada, dej� la abad�a y, cesta en mano, llev� a Fleur a dar un largo paseo, a buscar los pe-que�os claveles de las dunas que, una vez preparados en infusión y colados, ofrecen unsue�o reparador.Recordaba un sitio donde crec�an a millares, pero estaba demasiado alte-rada para esa labor, por lo que sólo recolect� un pu�ado.Adem�s, las flores sólo eran unaexcusa para escapar del claustro, al menos durante unas horas.Como de costumbre, perdimos la noción del tiempo.M�s all� de los m�danos hay unacala arenosa en la que a Fleur le gusta jugar.Se divisan anchas cicatrices blancas en la dunacuya hierba hemos arrasado de tanto subir y saltar, subir y saltar; el agua es transparente, po-co profunda y abunda en guijarros que parecen joyas. �Puedo nadar? �Puedo nadar? Claro que s�.Nada como los perros, grita, chapotea y disfruta mucho.Mouche, la mu�eca, nos observódesde el borde de la duna cuando me quit� el h�bito y me met� en el agua con Fleur.Nossecamos con mi falda, arranqu� varias manzanas peque�as y duras de un �rbol que hay a lavera del camino de las dunas y me di cuenta de que el sol estaba alto y nos hab�amos saltadoel almuerzo.Por insistencia de Fleur hicimos un agujero enorme en el que arrojamos restosde algas para convertirlo en el foso de los monstruos; a continuación la ni�a durmió mediahora a la sombra, con Mouche bajo el brazo, mientras la contemplaba desde el camino y per-manec�a atenta a los susurros del cambio de la marea.Me percat� de que el verano ser�a seco.Sin lluvia las cosechas no prosperar�an y el forrajeescasear�a.Las primeras zarzamoras ya se hab�an calcinado en los tallos y convertido en unaespecie de pelusa gris.Las vides tambi�n estaban atrofiadas por la sequ�a y las uvas semeja-ban guisantes disecados.Compadec� a aquellos que, como los actores de Lazarillo, salierande gira una vez pasado semejante est�o.52 JOANNE HARRIS La Abad�a de los AcróbatasSalir de gira por los caminos.Los imagin� dorados por la luz del sol y salpicados defragmentos de mi pasado.�Realmente hab�a sido un camino tan duro? �Tanto hab�a sufridodurante esos a�os ambulantes? Sab�a que as� hab�a sido.Hab�amos aguantado fr�o, hambre,traiciones y persecuciones.Intent� evocarlos, pero el camino que ten�a ante m� resplandec�acomo la senda sobre las arenas movedizas y record� algo que LeMerle hab�a dicho en lostiempos en los que todav�a �ramos amigos: T� y yo tenemos afinidades espont�neas.Como ocurre con el aire y el fuego, la com-bustión forma parte inseparable de nuestra naturaleza.Es imposible cambiar el elemento bajocuya influencia has nacido.Mi Ail�e, �sta es la razón por la que nunca dejaremos los cami-nos, tan cierta como que el fuego no puede dejar de arder o el p�jaro abandonar el cielo.Pues yo lo hab�a hecho.Hab�a abandonado el cielo y durante muchos a�os casi ni lo hab�amirado.Por otro lado, no hab�a olvidado.El camino siempre se hab�a abierto ante m� y a-guardaba pacientemente mi regreso.�Hasta qu� extremos deseaba volver! �Lo que habr�a da-do por ser libre, por volver a tener nombre de mujer y vida de mujer, por contemplar cadanoche las estrellas desde un lugar distinto, por cocinar carne en mi propia hoguera, por bai-lar.y tal vez hasta por volar! No hac�a falta responder a la pregunta impl�cita.La alegr�a measaltó de sólo pensarlo y durante un fugaz instante estuve a punto de volver a ser la viejaJuliette, la que hab�a caminado hasta Par�s.Era absurdo.�Cómo iba a abandonar mi vida, mi cómoda reclusión, las amigas que mehab�an ofrecido amparo? En modo alguno la abad�a era el hogar con el que hab�a so�ado,aunque me proporcionaba los elementos imprescindibles: alimentos en invierno, abrigo ytrabajo para mis manos ociosas.�A cambio de qu� la dejar�a? �De unos pocos sue�os? �De unpu�ado de naipes?El sendero, demasiado arenoso para mis pesadas botas, me obligó a arrastrar los pies.Lopate� contrariada.Llegu� a la conclusión de que la explicación era sencilla, mejor dicho,sencilla y rid�culamente evidente.La can�cula, las noches insomnes, los sue�os con LeMerle.necesitaba un hombre.Eso era todo.L'Ail�e hab�a tenido cada noche un amante distinto, alque eleg�a seg�n le ven�a en gana  delicado, recio, moreno o rubio , y sus sue�os estabanperfumados y caracterizados por las texturas de los diversos cuerpos [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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